Somos de Cristo

Somos de Cristo - 1 Corintios 1:10

El 11 de Julio de 1976 se estrenó un programa de televisión llamado «El juego de los recién casados» (The Newlywed Game). Fue el último programa de televisión que salió en blanco y negro en los Estados Unidos, y ahora se ha convertido en un juego de mesa que aún se juega en pareja. La idea del juego es probar que tan bien se conoce la pareja. Quizás sea una idea romántica del mundo moderno occidental, pero cuando muchos jóvenes imaginan su matrimonio ideal, sueñan tener mucho en común con su pareja, desean estar tan conectados que saben lo que el otro está pensando. En realidad, muchas parejas son como la de la famosa canción El y Ella de Ricardo Arjona:
 

Ella es medio marxista, él es republicano
Ella quiere ser artista, él odia a los cubanos
Él cree en La Estatua de la Libertad
Y ella en su vieja Habana de la soledad

 

Cualesquiera que sean sus diferencias, cada pareja tiene que responder la misma pregunta acerca de su relación o los gustos del otro para averiguar si piensan igual. Les hacen preguntas como: «¿Cuál es la comida favorita de su marido?» «¿Cuál fue el color de su vestimenta en su primera cita?» «¿Cuántos hijos quieren tener?» etc. Cada uno escribe su respuesta en una pizarra blanca que revelan al mismo tiempo para comparar sus respuestas. Al final, la pareja ganadora (y la más «unida») es la que da la misma respuesta más frecuentemente, es decir la pareja que piensa igual. 

Bueno, ¿qué pasaría si aplicáramos este juego a la unidad de una iglesia? ¿Será que pensamos igual en todo? Comenzamos con algunas preguntas más básicas: «¿Cuándo nos reunimos?» «¿Cuál versión de la Biblia usamos?» «¿De qué color pintamos las paredes?» Imagínese las respuestas: Uno dice «yo prefiero en la mañana» y otro «yo duermo hasta las doce». Uno insiste, «esta versión es más fiel al texto original» y otro «pero esta se entiende mejor». Alguien responde «yo prefiero azul, como el cielo» pero otro se queja, «cualquier color menos azul».

 

Y seguimos con algunas más difíciles: «¿En qué consiste la adoración?» «¿Podemos participar de la política?» «¿Qué papel tiene la mujer en la adoración?» «¿Qué significa caminar detrás de Jesús hoy?». Ahora no tenemos que imaginar las respuestas, ya las hemos escuchado y las hemos leído en las redes sociales hasta marearnos. La realidad es que no pensamos igual. Tenemos diferentes gustos, diferentes perspectivas, diferentes experiencias, diferentes niveles de preparación y educación, y crecimos en diferentes familia y culturas. Somos diferentes. Pensamos diferentemente. ¿Podemos seguir unidos?

 

En 1 Corintios 1:10, Pablo dice:

 

Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo les ruego que todos estén siempre de acuerdo y que no haya divisiones entre ustedes. Vivan en armonía, pensando y sintiendo de la misma manera. (DHH)

 

«Les ruego que siempre estén de acuerdo» El año pasado yo leí este texto después de oír de mi papá que unos familiares muy cercanos nos habían cortado la comunión por una diferencia teológica (si se puede llamar así) que por fin no pudieron tolerar más. Dolido y frustrado, quería hablar con Pablo en ese momento, «Epa, Pablo, ¿cómo es posible que una iglesia (aún una familia) esté siempre de acuerdo? ¿Quieres decir que debemos pensar igual para estar unidos?» Para mis parientes en esta ocasión, no tener la misma respuesta a ciertas preguntas fue razón suficiente para separarse de nosotros. Por no pensar igual, no estamos unidos. Luchando con estas ideas, me puse a investigar más profundamente el texto y su contexto. Déjeme compartir mi opinión sobre lo que Pablo quiere decir y no quiere decir con estas palabras, y por qué nos importa.

 

Primero, Pablo no quiere decir que la unidad de la iglesia depende de que todos pensemos iguales, es decir, que tenemos respuestas idénticas en un hipotético examen doctrinal. En el texto, la frase «siempre de acuerdo» se puede traduce diferente. Otras versiones la traducen:

 

«que todos vivan en armonía» (NVI y NTV)

 

«que todos os pongáis de acuerdo» (LBLA)

 

«que habléis todos una misma cosa» (RV 1995)

 

Irónicamente, las versiones no están de acuerdo en la traducción de esta frase clave. ¿Por qué hay tanta diversidad? El texto en griego literalmente dice, como la Reina Valera, «que hablen todos una misma cosa» y esta traducción es la mejor para entender su significado en su contexto. Pablo no quiere decir que debemos estar de acuerdo en todo, sino que debemos decir una misma cosa. Entonces, ¿qué cosa debemos decir?

 

«Digo esto, hermanos míos, porque he sabido por los de la familia de Cloe que hay discordias entre ustedes. Quiero decir, que algunos de ustedes afirman: «Yo soy de Pablo»; otros: «Yo soy de Apolo»; otros: «Yo soy de Cefas»; y otros: «Yo soy de Cristo» (1 Cor 1:11-12, DHH).

 

La división que Pablo no podía aguantar no venía de una diferencia doctrinal o teológica, sino de una diferencia de lealtad. Estaban divididos no porque tenían distintas interpretaciones u opiniones de la Biblia. Pablo toca este tema más adelante en su carta y su importancia no debe ser menospreciada. Pero la unidad de la iglesia no depende de si estamos de acuerdo en todo. Puede haber diversidad dentro de ciertos parámetros. Lo que Dios no puede tolerar y lo que más amenaza la unidad de la iglesia hoy día es que tenemos corazones divididos. Volviendo al ejemplo del matrimonio, una pareja puede pensar diferente, contestar diferente en un juego de recién casados, y aún así estar unida. Estar unidos en el matrimonio no significa ser idénticos, significa ser fieles a pesar de las diferencias.

 

En la iglesia, jamás todos pensaremos iguales. Siempre habrá diversidad. Entonces, ¿no importa lo que creemos sobre la Biblia, la teología, el pecado, el papel de la mujer, la adoración, etc.? Por supuesto que no. Si fuera así, Pablo no habría escrito tantas cartas corrigiendo las falsas doctrinas y su primera carta a los corintios sería mucho más corta. Pero una iglesia puede pensar igual en todo, sacar una buena nota en el examen doctrinal y aún no estar unida por no ser completamente leal a Jesús.  

 

Por lo tanto, si queremos tener una iglesia unida, la primera prueba no es averiguar si interpretamos la Biblia de la misma manera o si opinamos iguales sobre algún tema teológico. La unidad cristiana comienza con nuestra firme lealtad a Cristo. Así cuando nos hagan la pregunta, «¿Cuál es el fundamento de su unidad?» todos diremos una misma cosa, «Somos de Cristo».

 

Que el Señor les bendiga.

 

Justin Sims