La necedad del legalismo

El legalismo es necedad porque, a pesar de todo su vehemente esfuerzo, no logra su objetivo. 

 

El legalismo busca hacer la voluntad de Dios a través del esfuerzo humano.

 

Los grandes legalistas durante la época de Jesús fueron los fariseos. Ellos surgieron luego de que el templo haya quedado en ruinas. Pensaron que la obediencia a la Torá podría acabar con el exilio geográfico y teológico del pueblo de Dios. Ya que la desobediencia y la idolatría de Israel los llevó a Asiria y Babilonia, los fariseos razonaron que la obediencia seguramente sería la clave para impulsar al nuevo éxodo que tanto esperaban. 

detalle de Cristo acusado por los fariseos de Duccio di Buoninsegna

detalle de Cristo acusado por los fariseos de Duccio di Buoninsegna

Los fariseos procuraron esa obediencia a través de la enseñanza de la Torá, de otras leyes de la tradición rabínica y a través de un legalismo feroz. Jesús, en el Evangelio según Mateo capítulo 23 descarga su ira contra los fariseos por su hipocresía y su legalismo. Una de sus críticas más perspicaces es la siguiente: 

¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Limpian el exterior del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de robo y de desenfreno. ¡Fariseo ciego! Limpia primero por dentro el vaso y el plato, y así quedará limpio también por fuera.
— Mateo 23:25-26

En otras palabras, por fuera, parecían personas santas. (De hecho, la condenación de los fariseos habría agarrado de sorpresa a muchos de los oyentes de Jesús. Fueron muy respetados en su momento.) Parecían honrar a Dios y hacer su voluntad. Sin embargo, sus corazones no le pertenecían a Dios. Ahí se cumplen las palabras de Dios a través del profeta Isaías:

Este pueblo me alaba con la boca
y me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí.
Su adoración no es más que un mandato
enseñado por hombres.
— Isaías 29:13

Si los fariseos, con su estricta obediencia a la ley del Señor no pudieron agradar a Dios, ¿qué haremos nosotros? ¿Dejamos de buscar la santidad? 

 

El legalismo ha sido un fenómeno que aparece a lo largo de la historia del pueblo de Dios. No es algo nuevo. Vemos que hay un sólo remedio al legalismo. 

 

El único remedio para el legalismo es el arrepentimiento. 

 

Cuando Dios vio la hipocresía y la religiosidad de su pueblo, los exhortó a través del profeta Joel: 

Ahora bien —afirma el Señor—,
vuélvanse a mí de todo corazón,
con ayuno, llantos y lamentos.

Rásguense el corazón
y no las vestiduras.
Vuélvanse al Señor su Dios,
porque él es bondadoso y compasivo,
lento para la ira y lleno de amor,
cambia de parecer y no castiga.
Tal vez Dios reconsidere y cambie de parecer,
y deje tras de sí una bendición.
— Joel 2:12-14a

Y el capítulo 58 de Isaías insta a Israel a practicar «un verdadero ayuno» que consiste en arrepentirse y hacer justicia con los pobres y oprimidos. 

 

Debemos arrepentirnos del legalismo porque

 

·      Confía en el esfuerzo humano por sobre la gracia de Dios

·      Depende del poder humano en vez del poder del Espíritu Santo 

·      Lleva a la doblez, la hipocresía y los deseos desordenados 

 

¿Debemos buscar la santidad? Sin duda. 

 

¿Debemos buscar la santidad de cualquier manera? Absolutamente no. 

 

El legalismo busca cambiar a las personas de fuera hacia adentro. Es una imposición. 

 

La gracia de Dios por medio de la obra del Espíritu Santo cambia las personas desde adentro hacia fuera. Es un llamado, una vocación. 

 

Si la imposición de la santidad, léase legalismo, es necedad porque no produce buen fruto, entonces, ¿cómo vamos a lograr vivir en santidad?

 

Pablo y Juan nos dan dos claves importantes: 

En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio, mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien.
— Tito 2:11-14

Es la gracia que nos enseña a rechazar el pecado, no la ira de Dios ni la de los hermanos. Es su amor, su perdón y su misericordia que nos colocan en el buen camino hacia la santidad. No iniciamos nuestro proceso de transformación y no será por nuestra fuerza, sino por la gracia de Dios que llegue a buen término.

 

La primera carta de Juan insiste en que debemos andar con Dios, en otras palabras, vivir en comunión con Él. Es el constante contacto con Dios que nos mantiene de pie y que nos transforma. Cuando pecamos, debemos confesar y continuar nuestra caminata en la luz con Jesús (1:5-7). A fin de cuentas, es el amor que hace posible la comunión con Dios y con nuestros hermanos y también el proceso que culmina en nuestra transformación en la semejanza de Jesús (3:3).

 

Un poco de madurez espiritual nos dice que detrás de muchos pecados están heridas que necesitan ser sanadas. A veces pecamos porque no hemos llegado a comprender cuánto nos ama Dios. A veces pecamos porque buscamos en otras personas y cosas lo que sólo Dios nos puede dar. Aunque sepamos intelectualmente lo que es lo correcto, lo que agrada a Dios, nuestro corazón puede seguir dividido. 

 

El legalismo sólo ve la superficie. Por ejemplo, sólo ve la fornicación y no ve que detrás de ese acto (ciertamente pecaminoso) está un deseo de experimentar la intimidad, de ser tenido en cuenta, de ser halagado, de ser amado, aunque fuera superficialmente y de manera que perjudica a ambas personas. Nunca arrancaremos la maleza apenas cortando las hojas, hay que cortar el pecado de raíz. Por eso, debemos hay que ver debajo de la superficie y descubrir los rincones de nuestro corazón donde aún no ha iluminados por la gracia de Dios. 

 

Lectura sugerida

 

Agustín de Hipona. Las confesiones

Tomás de Kempis. La imitación de Cristo

Jean Claude Larchet. (2016). Terapéutica de las enfermedades espirituales. 2da ed. Salamanca: Ediciones Sígueme.