Un teólogo lee El cuento de la criada

A mí me fascina cuando el mundo de la ficción irrumpe en nuestro mundo real. La literatura tiene poder no sólo para influir en nuestra imaginación colectiva sino también para revolucionarla. El arte, la música y la literatura han sembrado y animado muchos cambios sociales a lo largo de la historia humana. 

 
Margaret Atwood. (2017). El cuento de la criada. Elsa Mateo Blanco, trad. Barcelona: Ediciones Salamandra.

Margaret Atwood. (2017). El cuento de la criada. Elsa Mateo Blanco, trad. Barcelona: Ediciones Salamandra.

 

Hace mucho veía las obras de Margaret Atwood en las librerías de la ciudad. Hasta llegué a compartir uno de sus cuentos cortos en el Café Literario que coordino. No obstante, el momento que me interesé más por la obra de Atwood fue cuando en Buenos Aires, mujeres se vistieron como las criadas de Gilead delante del Congreso de la Nación

 
Buenos Aires, Argentina. Foto: Nacho Yuchark, Clarín.

Buenos Aires, Argentina. Foto: Nacho Yuchark, Clarín.

 

En El cuento de la criada, la novela distópica más famosa de Atwood narra la historia de Gilead, una teocracia totalitaria donde hay pocos nacimientos debidos a desastres ecológicos y sociales. Las criadas son mujeres capaces de quedar embarazadas que son llevadas a las casas de Comandantes (hombres ricos y poderosos) para darles a ellos y sus esposas el fruto de sus vientres. Las criadas son tratadas como propiedad de los Comandantes, carecen de derechos individuales y colectivos y no pueden criar a sus propios hijos. Si se rebelan contra el sistema, pueden ser torturadas y asesinadas o son enviadas a morir en campos de trabajos forzados. 

 

La novela de Atwood es provocadora. Uno no puede quedar indiferente ante las injusticias, las mentiras, la manipulación y la total deshumanización de los ciudadanos de Gilead. Si algo ha hecho magistralmente, es demostrar los peligros de los regímenes totalitarios y especialmente los regímenes que tienen un carácter religioso. 

 

Yo no quisiera vivir bajo un régimen totalitario, ni siquiera un régimen totalitario «cristiano».

 

Yo anhelo vivir plenamente en el reinado de Dios acá y ahora. Hago lo posible para que mi vida, mi testimonio y mis recursos apoyen el estilo de vida que encarna los valores del reino. Participo activamente de una comunidad que intenta vivir la realidad futura de la plena realización del futuro de Dios en el presente. Sin embargo, no estoy dispuesto a apoyar, dar mi voto o participar de ninguna movida que intenta establecer el reino de Dios en la tierra a través del poder política, la legislación o la coerción. 

 

Por más de mil setecientos años muchos pensaron que vivían en una teocracia plena en la tierra con la iglesia como intermediario entre la tierra y los cielos. Lo que vivían, en realidad, era una bastardización del evangelio, la iglesia y de los valores cristianos al servicio de los ricos y poderosos. Ciertamente muchos cristianos se aferraron a la fe sencilla de Jesús de Nazaret pero el proyecto totalizador de la Cristiandad fue un fracaso contundente.

 

(Muchos protestantes, al no reconocer el fracaso del proyecto del cristianismo cultural o Cristiandad de la Iglesia Católica quisieran ahora imponerse a través de las urnas, obligando a sus congéneres a vivir según una moral «cristiana» por la fuerza. Un ejemplo de esta falta de visión cristiana sería el ejemplo de los partidos políticos pseudo cristianos de la Argentina o la religión cívica cristiana de los Estados Unidos.) 

 

Los cristianos harían bien en notar la advertencia que Atwood vocaliza a través de su obra literaria. A estas alturas de la historia humana, no debe ser difícil reconocer que en cualquier régimen totalitario sea religioso (cristiano o musulmán) o no (ateo o secular), se limitan las libertades y los derechos individuales y colectivos provocando la deshumanización de todos los ciudadanos.

 

Digo que yo quisiera vivir la realidad del reino de Dios en el presente pero que no estoy dispuesto a procurar esa realización a través del poder político o la coerción. Entonces, ¿cuál es el camino a la realización del reino de Dios en la tierra? 

 

El Padrenuestro nos da algunas pistas. Primero, debemos reconocer la santidad de Dios, honrarlo y vivir según su voluntad en la tierra. Luego, Jesús nos da otra lección en la cruz. Dios, para salvar al mundo, se da a sí mismo en amor. El poder de Dios no viene a través de la imposición o la coerción sino de la negación de sí mismo y el amor sacrificado que vence el odio, la indiferencia y la muerte. Debemos esperar hasta la total redención de la creación para que podamos vivir la plena comunión con Dios, con el prójimo y con la creación que tanto anhelamos.

 

El poder corrompe. Esto lo vemos todos los días y también lo vemos en el relato de Atwood. El único poder que no corrompe es el amor genuino y verdadero que nos mostró Jesús, quien siendo en forma de Dios, no estimó ser igual a Dios como cosa a que aferrarse. Si vamos a enfrentar el mal y la corrupción de este mundo, no deberíamos hacerlo con los recursos de este mundo porque eso es parte del engaño del mismo. Jesús nos dio el ejemplo de cómo revolucionar el mundo al lavar los pies de sus discípulos y morir en la cruz por la humanidad.

 

En Gilead, se usaba la Biblia para legitimar los abusos y la manipulación social y psicológica. La verdad es que la Biblia puede prestarse para legitimar muchos puntos de vista erróneos. El uso de la Biblia por parte de los Nazis en Alemania es un poderoso ejemplo. Los teólogos de la escuela liberal alemana se habían despegado de una lectura canónica y se apartaron principalmente de la persona y la obra de Jesús. De esa manera pudieron argumentar a favor de la aniquilación del pueblo judío. 

 

Me pareció interesante que Atwood cita varios pasajes bíblicos como ejemplos del abuso de las Sagradas Escrituras a favor de los intereses de los poderosos. Sin embargo, no cita ni menciona a Jesús. Cuando los cristianos u otros lectores de la Biblia obvian la persona y el mensaje de Jesús es fácil formular doctrinas o sistematizar enseñanzas deshumanizantes. Es por eso que es importante que Jesús sea el filtro por lo cual pasan nuestras lecturas. Y no sólo eso, la vida que brota de estas lecturas también debe ser contemplada a la luz de Jesús. Si nuestras vidas no reflejan su amor sacrificado, una vida de servicio y entrega, algo estamos leyendo mal. 

 

Yo no tengo que estar de acuerdo con la ética de Atwood ni su visión de la sociedad para reconocer que como compañera de diálogo, me puede aportar mayor conciencia acerca de los peligros de la religión y los sistemas totalitarios. Es una gran escritora que no sacrifica el genio literario para dar su visión del mundo actual. Atwood es una locutora más en una conversación donde los cristianos y las cristianas debemos estar presentes.