El verdadero ayuno

¿No será más bien este el ayuno que yo quiero . . . ?

Juan el Bautista, Santa Sofía, Estambul

Juan el Bautista, Santa Sofía, Estambul

Juan el Bautista predicaba diciendo, «¡Conviértanse, porque está llegando el Reino de los cielos!» (Mateo 3:2 BIA). Su exhortación quiso provocar un cambio de lealtad más que un sentimiento de pesar y remordimiento. 

 

A veces pensamos en el arrepentimiento como «sentirse mal por lo que uno ha hecho» o «lamentar lo malo que uno ha hecho» y con razón. Sin embargo, la predicación de Juan también tenía un carácter escatológico. En otras palabras, Juan no sólo instaba al arrepentimiento, sino que además estaba anunciando la llegada del Reino de Dios, estaba anunciando la coronación de Jesús como Rey como clímax de la historia de la salvación. 

 

Por lo tanto, además de lamentar los propios pecados, Juan estaba exhortando a los judíos a abandonar sus propios proyectos, deseos y maneras de buscar a Dios y unirse a lo que Dios estaba haciendo a través de la persona de Jesús – la inauguración de su Reino. 

 

Nuestro arrepentimiento, más allá de lamentar nuestros propios pecados debe también incluir un cambio de lealtad. Antes fuimos leales a una vana manera de vivir, a alguna ideología o simplemente fuimos esclavos de nuestro propio ego. Sin embargo, ahora Dios exige una total fidelidad a su causa, al Reino de Dios en la tierra. La oración que Jesús nos enseñó, el Padrenuestro, nos da claves para entender cómo sería nuestra total adhesión su proyecto en medio de nosotros (Mateo 6:9-13). 

 

Quisiera proponer tres lecturas imprescindibles para este tiempo de cuaresma para repensar el arrepentimiento y compartir una reflexión acerca del arrepentimiento. 

 

Para pensar el verdadero arrepentimiento – Joel 2:12-18

 

Ahora bien – oráculo del Señor –, vuélvanse a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto y con luto; rasguen su corazón y no sus vestiduras, y vuélvanse al Señor, su Dios, porque es compasivo y misericordioso; lento para enojarse y rico en amor, y se arrepiente de sus amenazas. . . . 

 

Para pensar el verdadero ayuno – Isaías 58:1-14

 

¿No será más bien este el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas de la injusticia, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrantar todos los yugos, partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres que no tienen casa, vestir a los que no tienen ropa y no desentenderte de los que son de tu misma condición humana? . . . 

 

Para pensar la oración y el ayuno de la mano de Jesús – Mateo 6:1-18

 

«Cuídense de no presumir frente a la gente de practicar lo dispuesto por Dios en su plan; de lo contrario, el Padre que está en los cielos no los recompensará.» . . .

 

Arrepentimiento no equivale a autocompasión o remordimiento, sino a conversión, a volver a centrar nuestra vida en la Trinidad. No significa mirar atrás disgustado, sino hacia adelante esperanzado. Ni es mirar hacia abajo a nuestros fallos, sino a lo alto, al amor de Dios. Significa mirar no aquello que no hemos logrado ser, sino a lo que con la gracia divina podemos llegar a ser. . . . 

 

El arrepentimiento, o cambio de mentalidad, lleva la vigilancia, que significa, entre otras cosas, estar presentes donde estamos, en este punto específico del espacio, en este particular momento de tiempo. Creciendo en vigilancia y en conocimiento de uno mismo, el hombre comienza a adquirir capacidad de juicio y discernimiento: aprende a ver la diferente entre el bien y el mal, entre lo superfluo y lo esencial; aprende, por tanto, a guardar el propio corazón, cerrando la puerta a las tentaciones o provocaciones del enemigo. 

 

Un aspecto esencial de la guarda del corazón es la lucha contra las pasiones: deben purificarse, no matarse; educarse, no erradicarse. A nivel del alma, las pasiones se purifican con la oración, la práctica regular de los sacramentos, la lectura cotidiana de la Escritura; alimentando la mente pensando en lo que es bueno y con actos concretos de servicio amoroso a los demás. A nivel corporal, las pasiones se purifican sobre todo con el ayuno y la abstinencia.

 

La purificación de las pasiones lleva a su fin, por gracia de Dios, a la «ausencia de pasiones», un estado positivo de libertad espiritual en el que no cedemos a las tentaciones, en el que se pasa de una inmadurez de miedo y sospecha a una madurez de inocencia y confianza. Ausencia de pasiones significa que no somos dominados por el egoísmo o los deseos incontrolados y que así llegamos a ser capaces de un verdadero amor. 

 

– Kallistos Ware